| Description: | La inteligencia emocional (IE) y las competencias socioemocionales en los niños y niñas constituye un factor protector en la salud mental ante situaciones que generan estrés, entre ellos el divorcio de los progenitores, en virtud que en muchas ocasiones tanto los padres como los niños no cuentan con recursos para hacer frente a los cambios que derivan de su nueva situación familiar.
El constructo de IE se da a partir de los años 90, el mismo que se desarrolla principalmente a partir de 2 modelos: como rasgo o mixto y como una habilidad. El primero caracterizado por habilidades emocionales y rasgos de personalidad (innato) que tiene los modelos de IE social de Bar-On (1997) y el de Competencias emocionales de Goleman (1995). El segundo considera la IE como un “conjunto de habilidades cognitivas
necesarias para el procesamiento de la información emocional en contextos intra e interpersonales” (citado por Rubiales et al., 2018, p. 165).
Si bien no existe consenso en cuanto a su definición y medición, entre los principales modelos teóricos se encuentran el modelo integrador de Mayer y Salovey (1997), el modelo mixto de Bar-On (1997; 2006) y el modelo de competencias emocionales de Goleman (1996,1999) (citado por Sánchez-Teruel y Robles-Bello, 2018); sin embargo, Salovey y Mayer (1997) son los primeros en conceptualizar la IE como una habilidad y
presentan su modelo basado en el procesamiento emocional de la información (citado por Alvarado et al., 2020).
Autores como Mayer et al. (1995) consideran la IE como “capacidad para identificar, evaluar y diferenciar las emociones propias y las de los demás, saber utilizarlas en la toma de decisiones, comprenderlas y regular tanto las emociones positivas como las negativas en uno mismo y en otros” (citado por Rubiales et al., 2018, p. 165).
Para Mayer y Salovey (1997) consideran a una persona emocionalmente inteligente como aquella capaz de percibir, asimilar, comprender y regular sus emociones y la de los demás (citado por Sánchez-Teruel y Robles-Bello, 2018, p. 29).
La IE ha sido motivo de varias investigaciones que tienden a explicar cómo las emociones inciden en cada individuo y el impacto que tienen en su vida, según su capacidad de percepción, comprensión, regulación de sus propias emociones y la de los otros, según Baudry et al. (2018). Para Petrides (2001) y FurnHam (2003), considera la IE como rasgo, como “constelación de autopercepciones y disposiciones relacionadas con las emociones evaluado a partir de autoinforme” (citado por Baudry et al., 2018, p. 1). Malouff et al. (2014) sostienen que existe asociación entre la IE y mayor satisfacción en las relaciones de pareja, mejores resultados académicos, y desempeño laboral según
Joseph et al. (2015), en concordancia con Perera y DiGiacomo (2013); así como una mejor salud física y mental de acuerdo a Martins et al. (2010) y autores como Schutte et al. (2007). De acuerdo a Martins et al. (2010) “las personas con mayor IE manejan y utilizan mejor sus emociones en las situaciones cotidianas que enfrentan, se adaptan mejor y tienen mejor salud” (citado por Baudry et al., 2018, p. 1).
En relación a la inteligencia emocional en los niños, Dayton (2009) y Barrio (2005) señalan la importancia que tienen los padres y el entorno en el desarrollo de la habilidad para reconocer, controlar y expresar tanto las propias emociones como las de los demás, lo cual permite un mejor manejo de la ansiedad y dificultades que puedan enfrentar en su vida cotidiana , constituyendo esta relación uno de los pilares importantes en el desarrollo de la construcción de sus destrezas socioemocionales (citado por Buitrago et al., 2019).
En situaciones como el divorcio, al estar los padres en conflicto no manejan de manera adecuada sus propias emociones, lo cual no facilita una mejor adaptación de los niños a su nueva situación de vida. Begoña (2003) manifiesta que muchos padres actualmente no constituyen modelos de inteligencia emocional para sus hijos, porque no encuentran en ellos un apoyo seguro, constituyendo otros espacios como referentes de aprendizaje (citado por Villanueva-Barbarán y Valenciano, 2012). |